viernes, 1 de junio de 2007

el temblor en el límite entre mi cintura y mi espalda me hizo notar que me estaba yendo, que ya no podría girar
cada paso, cada segundo...
qué bueno que te haya gustado verme. qué bueno que me hayas visto.

- gracias por llamarme
(qué caradura!)

Agradezco ese acto que damos por descontado en los kioscos, ese pacto tácito con los kiosqueros, ese otorgar fuego, aunque nada haya a cambio. (Siempre intento dedicar lindas sonrisas... hoy le puse toda la amargura... Lo importante es que tenga sentimiento, que valga el favor. No ese "te presto" automático, más del lado de un "sí, flaca" buena onda.)
El humo vuelve. Los cigarrillos son así de fáciles: llenan de humo el agujero que tengo en el pecho. Poco a poco vuelvo a tomar forma. Puedo enderezarme. Sustancia, otra vez, maetérea... Hombros en alto y esa cara de enojada que no logra traducir la catarata de suspiros desalentados.


No me animé a abrazarte, otra vez te dejé hacer.


Y no es novedad que el despecho abre el apetito, quizás pueda retomar la voracidad que me pone carnavalesca.