martes, 4 de marzo de 2008

¿Dónde quedan las buenas intenciones cuando ya no puedes ver más que a través tuyo?
¿Cuánto cambia una mirada cuando se altera la vista?

¿Y si me cambia absolutamente el panorama?
¿Y si no se trata de perder la visión sino de sacrificar el ángulo?
¿Y qué si ya no me reconozco en mis ojos?

Un poco de miedo.
Tengo.
Un poco.

Y hacemos un chiste, sobre un bastón blanco, sobre un libro en braille, sobre un cachorro disponible para ser mi lazarillo. Pero sabemos que no es la vista lo que está en juego necesariamente. Sé, digo, que es más el terror de no saber cuánto pueden (mal) criarte las carencias, el alcance de esas pequeñas dimensiones en las que aprendemos a convivir con nosotros.

Así me doy cuenta, como quien no quiere la cosa, de que me importan más mis ojos que sus miradas. Es un buen comienzo de año, después de todo.



(a pesar del malhumor).



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