miércoles, 11 de julio de 2007

Una plantita

Lo confieso. No porque piense que debería. Aclaro: estuve todo el día sentenciándome al pasar, rejuveneciendo en mis aberraciones. No preciso absolución, simplemente hoy me desperté medio criminal y está visto que será la manera en la que me dirija. Confieso, entonces, que si bien sé fehacientemente que mi reloj va 10 minutos delante mío, cuando espero a alguien esos minutos cuentan como pasados. Es tiempo que se me fue y serán imputados en algún momento en que sea preciso acelerar trapitos y sinsabores (todo por una buena causa). Una injusticia.

Fumo y me resguardo del frío en la entrada del edificio, de cara a Corrientes y su extraño desfile de tardecita. Una chica joven aparece con una pala de mango largo y una escoba. Barre las colillas del perímetro que corresponde a su vereda. Siento culpa por el cigarrillo, pronto a encontrar su final, y no sé si irme para tirarlo en otra vereda, o si esfumármelo; me da vergüenza que esté barriendo colillas, esperando a que yo termine de esperar para barrerme también. No sucumbo ante mi intento de escapar... y me dejo desafiar y torcer un poco todo. Irrespetuosa, ¿vendrá a barrer mi colilla conmigo parada al lado? ¿será capaz de animarse a tremenda falta de educación? Quisiera regañarla por haberme arruinado el último suspiro. Me contengo, lo apago y me quedo haciendo guardia. Ella vuelve al lugar del que vino y me alegro de no haber tenido que intercambiar palabras. Le deseo que a donde sea que haya ido haga menos frío y viento.

A contramano del corso, volviendo a casa. No hay razones para volver, excepto por el frío que me raja las manos y el ruido. En casa hay estufas pero también mucho ruido. Me enojé con el Lorca, por no haberme esperado ni un poco. Desisto, se me fue un día más.