Salir de un espiral descendiente de silencio, abrir al gesto como para amagar una palabra.
El sonido que no cae, la mención que desaparece en el intento.
Es posible que haga tiempo que esté buscando, aunque comencé a tomar nota un año atrás. Solamente para notar que difícilmente pueda decir algo diferente, que pocas posibilidades tengo de dejar de repetirme.
Las palabras no van a salvar a nadie, ni las cotidianas ni las escapistas ni las alumbradas como si fueran quintillizos.
Entonces, no es motivo de celebración que pueda o que me anime. Como que no pueda y que no me anime. Como que no importe o que sí lo haga.
Entonces no vamos a festejar nada.
Queda sólo la risa, como homenaje en sí mismo, a sí misma. Lo efímero de la carcajada que libera endorfinas y el momento que se termina en el acto mismo de iniciarse.
No más que eso, y asumir la frustración de estar rodeados de eso, de nada, de esporádicas secuencias y vidas sin vocación.
Así, algunos se apaciguan mientras hacen chin chin. Otros se sacuden y resisten, pero también brindan. Ese brindar que no da nada.
La copa vacía. Sabíamos que no había más desde el principio, pero nos inventamos algo como dios y las zanahorias, algo como el deseo.